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viernes, 19 de junio de 2009

La llama del antiautoritarismo




(Artículo publicado en el periódico EL LIBERTARIO #50)
Durante toda la historia de nuestro país, o al menos desde que somos república, no se ha gestado verdaderamente una praxis política en la realidad. Entendiendo semejante concepto como la realización concreta de la voluntad de una unidad en función de la necesidad, es decir, cumplir con lo que la palabra política entraña; la preocupación por lo que corresponde a todos. De modo, pues, que lo que hemos tenido, en el mejor de los casos, ha sido un juego partidista fundamentado en el oportunismo, la mediocridad, el facilismo y la demagogia. Lo que en esta tierra se ha dado ha sido, entonces, algo que se acerca más a la politiquería que a la voluntad de construir una sociedad perfectible.

No en vano, como sabrán muchos, tal tradición tenía que confluir necesariamente en la conformación de un gobierno que paradójicamente, queriendo acabar con los errores del pasado, ha encarnado en sí una suerte de realización absoluta de todos los vicios de antaño, condenándonos a una regresión lenta, aunque profunda, que ha debilitado enormemente a los movimientos sociales y a la iniciativas autónomas, así como a la descentralización y a la lucha por una sociedad nueva. Todo esto se hace evidente en la forma en la que el gobierno ha fundamentado su poderío: en la segregación, en la intolerancia hacia la disidencia interna y externa, en la profundización del caudillismo (que ha tenido como resultado un fanatismo terrible), en la demagogia, como instrumento de las clases dominantes para el adormecimiento de la conciencia colectiva y en el más descarado oportunismo gestado por las autoridades, por los diputados, los ministros y otras figuras públicas que ascienden y descienden de cargos. Todo esto según los designios del comandante en jefe que a dedo decide quien ha de ascender (por adulador) y a quien hay que castigar para salvaguardar su figura magnánima de caudillo.

Del otro lado la cosa tampoco ha sido una gestión política de maravilla. La oposición, en estos últimos ocho años, no ha hecho sino actuar repitiendo los vicios vanguardistas de su espejo adverso. Hemos visto como los medios de comunicación han ido creando, con el paso del tiempo, distintos rostros que, avant-garde, han servido como íconos de las clases altas para revertir el efecto caudillista del gobierno hacia sus propios intereses, es decir, para crear un nuevo Mesías que arrastre a las masas. Tales como la coordinadora democrática, Carmona Estanga, los militares de Altamira, Nixon Moreno, Manuel Rosales y, parcialmente, los estudiantes que el veintiocho de mayo se levantaron contra el gobierno.

Este último caso ha sido bastante excepcional. A pesar de que los medios de comunicación, sin conocimiento verdadero del fenómeno que se venía dando, sacó a la luz supuestos dirigentes estudiantiles que en su mayoría no eran reconocidos por los grupos autónomos endógenos, el movimiento estudiantil ha encarnado, en algunos colectivos e individualidades ajenas a la “dirigencia oficial”, la intensión de hacer política. Tal hecho no puede ser subestimado de modo alguno porque supone la fase seminal, aunque muy incoada, de un movimiento antiautoritario en cuya virtud se ve el deseo concreto por establecer una sociedad mejor, por reivindicar el derecho a la vida en su forma más completa.

No obstante de aquí se sigue también un peligro; se trata de que el movimiento estudiantil, que sólo representa una parte importante de la sociedad, se convierta en la nueva vanguardia. Este error, que se ha venido cometiendo desde las alturas de la “dirigencia estudiantil”, supone una forma de escisión en lo que se refiere a la unidad concreta que debería asumir el rol de empresa antiautoritaria. Los estudiantes, como decíamos, son una parte de la sociedad y el que se le considere la más importante es un hecho simplemente circunstancial porque el estudiante no es un “sujeto revolucionario único”, puesto que muchos problemas de la sociedad resultan, en muchos casos, ajenos a estos.

Dentro del movimiento estudiantil es necesario que los grupos establezcan su propia dirigencia, sin que el curso de una coaccione a las otras. La única manera de que esto suceda es evitar el “efecto borrego” que se ha venido dando: Los estudiantes no pueden limitarse únicamente a la participación (activa o pasiva) en las asambleas estudiantiles (que básicamente sirven como centros públicos de información para que la gente conozca las propuestas de acción que se gestan desde arriba), ni a las largas caminatas de las marchas. De modo, pues, que los grupos estudiantiles e individualidades autónomas deben crear sus propios medios de expresión e información, así como la conformación de un discurso y una dinámica propia, para salvaguardar, de este modo, las ideas comunes que estos tengan y, lo más importante, poder llevarlas a cabo. El siguiente paso debería ser la elaboración de redes entre grupos estudiantiles para empezar a conformar desde adentro una unidad en la diversidad y no una uniformidad. Al crear dichas redes, se facilita el conocimiento entre los distintos grupos y la capacidad para establecer debates en cualquier ámbito.

La luz de nuestro hacer debe tener como objeto la concretización de un movimiento que reivindique los derechos naturales, haciéndolos valer en su praxis cotidiana, como decíamos antes, haciendo política. Para que esto ocurra, los sectores de la sociedad que mantengan dentro de su discurso la idea de la superación del autoritarismo y de los vicios de la politiquería tradicional, tienen por necesidad que confluir en una unidad. Ahora, lo que entendemos por unidad no es la institucionalización de un movimiento que actúe en función de una dirigencia oficial, sino más bien la idea de un conjunto diverso y político de cuya esencia se sigue la relación dialéctica entre los distintos elementos que convergen en dicha concreción. La síntesis, que es la conformación misma del movimiento, será apenas el primer paso para una síntesis mayor y ésta el paso para una siguiente, porque en virtud de este movimiento histórico, que es la expresión más palpable de la voluntad y de las conciencias y que supone el con-crecer de la vida, podremos superar los obstáculos del autoritarismo y de la antipolítica (o politiquería) que es nuestro problema inmediato.


DDM

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